miércoles, 28 de septiembre de 2016

Escribir, para mí.

Escribir, para mí, es como caer justo encima del huesito de la alegría.

Lo descubrí mientras sucede lo mismo que siempre.
Estoy en un sendero tranquilo, con un brisa no muy fuerte, justa para saborear el gusto del rocío. El sol se esconde, no se siente el frío ni el calor, el clima está en ese punto perfecto en el cual no te preocupas si estás demasiado abrigado, o demasiado descubierto. Todo luce y se siente muy tranquilo, tanto, que casi parece ese lugar idílico del que todos hablan, -no tan así, pero me gusta exagerar- y al que todos esperan llegar.
Hasta que un tornado se divisa en ese punto en el que el cielo y la tierra se conectan, al que llaman horizonte. Es gris. Torrencial. Con mis instintos humanos en las puntas de mis pies corro lo más rápido que mi cuerpo desgarbado me lo permite en dirección contraria, pero él termina por alcanzarme. Y yo lo veo, antes de entrar. Yo lo veo, y lo siento. Siento el viento que quema mi rostro, y la sensación de que algo me arrastra hacia su centro. Y lo hace. Me agarra como si le perteneciera, y quizá sí, quizá le pertenezco. No veo mucho porque tengo miedo de que las basuras entren en mis ojos y los cierro. Pero siento cómo el viento frío y salvaje rasguña mi cuerpo. Y doy vueltas, muchas. Me mareo al inicio, pero después me dejo llevar, quizá aceptando que de ese modo voy a vivir de ahora en adelante. Y justo cuando me siento acostumbrar, me suelta. De repente, sin medidas. Me suelta y caigo. Y me duele, y me río.

Justo en el huesito de la alegría.


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